domingo, 4 de noviembre de 2012

Día de Muertos en Huaquechula Puebla.


Huaquechula del náhuatl Cuauhquechollan, de las raíces cuautli:águila; quecholli:plumaje rico y ian:locativo; por lo que significa (Junto a las hermosas y ricas plumas del águila). Localizada a 54 km. de la cd. de Puebla, se accesa por la carretera federal 190, pasando la cd. de Atlixco rumbo a Izúcar de Matamoros, encontrará la desviación para llegar a Huaquechula.

A finales de Octubre, en este  municipio del estado de Puebla se  lleva a cabo una de las tradiciones más  bellas del Estado y del País, las personas de Huaquechula se preparan para recibir a sus difuntos y para ello elaboran ofrendas monumentales 


El Primer nivel, que representa el mundo terrenal, en éste se ubica la foto del familiar fallecido reflejada en un espejo, por lo que no se le ve sino indirectamente. Tal disposición recibe diversas interpretaciones. Para algunos lugareños el espejo representa la entrada al más allá, o al inframundo, según la explicación prehispanista de los guías de la localidad.
Queda asumirlo también como la expresión simbólica de eternidad y de aquellos que “fueron pero ya no son”, en palabras del arqueólogo Eduardo Merlo, para utilizar una convencional forma cristiana de aludir a los muertos. En torno a la foto se reparten alimentos y objetos afines al difunto cuando este vivía; así, tenemos frutas, comida variada (no falta el mole) y bebidas tales como tequila y cerveza. La imagen del finado suele estar flanqueada por figurillas de cerámica conocidas como “lloroncitos”, que representan a los deudos sufrientes y cuyo origen también es prehispánico.
De igual forma encontramos canastillas de flores y animalitos de azúcar hechos por la gente del pueblo y a los que se conoce como “alfeñiques”.  Dichas figuras, entre las que se aprecian borregos, patos y burritos de delicada factura, se ofrendan especialmente para los llamados “muertos chiquitos”, los niños difuntos a quienes se recuerda especialmente el 31 de octubre. Los panes forman parte importante de la ofrenda, como las infaltables hojaldras pringadas de ajonjolí tostado que representan la calavera cruzada por un par de tibias.
También hay piezas semejantes a un muerto yacente, cubiertas de azúcar colorada que simboliza la sangre (¡riquísimas!), así como otros más en forma de moño que simula una calavera muy simplificada vista de frente. Todos los elementos de azúcar y panadería enriquecieron a las ofrendas durante la Colonia.
El segundo nivel representa el cielo, en donde es posible reconocer angelitos, y a la Virgen María . La tela de satín blanco suele estar dispuesta en forma de caprichosos pliegues que semejan nubes. Con frecuencia se observa la incorporación de elementos diversos de la liturgia católica como el cáliz con la hostia y ceras de diversos tamaños. La modernidad ha llevado a sustituir las velas por luces de neón blancas.
El tercero o cuarto nivel simboliza la cúspide celestial, con la presencia invariable de un crucifijo que preside desde lo alto toda la estructura, rematando un espectáculo visual de indudable belleza.
Los distintos niveles están soportados generalmente por columnas de estilo barroco estípite (pilastra en forma de pirámide truncada, con la base menor hacia abajo).  Es admirable el lujo de detalle propio de una mentalidad que adaptó las expresiones plásticas de la herencia colonial para manifestar un abarrocado gusto estético.
Son los “altareros” los encargados de confeccionar la ofrenda. Es a estos especialistas a quienes se contrata para hacer la instalación y en quienes se  sedimenta la tradición material de las características formales de estos altares y cuyos precios oscilan entre los 3, 000 y 15,000 pesos, dependiendo del tamaño y la riqueza del ornato.